Crítica a las políticas de desarrollo regional en
Colombia en el marco de la globalización: el caso del departamento de Córdoba
Jorge Eliécer Ortega-Montes*
Abstract
In this
work the study is focused on analyzing regional policies in Colombia from the early
stage of the period concentrated on substituting imports to the current times
of free market and competitive production, having as a case the Department of
Cordoba, in the Colombian Caribbean region. Its theoretical underpinnings have
been analyzed and the corresponding level of responsibility in terms of the
social inequalities resulting from its implementation. This study is expected
to contribute to other case studies or studies in the field and to the debate
about the making of an alternative model for development with criteria for
equity, social justice, and democratic participation.
Keywords: regional developmental policies, free market,
globalization and competitive production, ownership policies and reforms,
violence and dislocation, inequality and development.
Resumen
En este trabajo
se examina el comportamiento de la política regional en Colombia desde la época
del modelo sustitutivo de importaciones hasta la actual era de la apertura y la
competitividad, a partir del caso del departamento de Córdoba, región Caribe,
analizando los fundamentos teóricos que la soportan y el grado de
responsabilidad que ésta tiene en las desigualdades sociales generadas por su
implementación. Se espera que ello sirva de base para otros casos o estudios
similares y contribuya al debate sobre la construcción de un modelo alternativo
de desarrollo con criterios de equidad, justicia social y democracia
participativa.
Palabras clave:
políticas de desarrollo regional, apertura, globalización y competitividad,
reforma agraria y tenencia de la tierra, desplazamiento forzoso, desigualdad y
desarrollo.
*
Universidad de Córdoba, Montería, Colombia. Correo-e:
jorgeortega@escarsa.net.co.
Introducción
Actualmente,
cuando en Colombia y América Latina se debate sobre los problemas del
desempleo, la pobreza, la calidad de vida y la falta de oportunidades que
afectan a un gran número de la población, y cuando se presume que muchos de
tales problemas tienen su explicación en las políticas macroeconómicas y
regionales y en fenómenos internacionales, los estudios locales regionales
cobran importancia en tanto que esta escala territorial se constituye en el
principal espacio donde convergen las fuerzas de la economía y se construyen
las bases de un nuevo ordenamiento internacional.
En este marco de
problemas y controversia cabe preguntarse sobre la pertinencia, relación y
grado de responsabilidad que las políticas económicas regionales tienen sobre
la situación del departamento de Córdoba, región Caribe de Colombia,
principalmente en el periodo 1995-2004, que permita proponer alternativas.
Para este efecto
se abordan los fundamentos teóricos y los principales instrumentos de la
política económica regional en Colombia, enfatizando en sus contradicciones e
incoherencias teórico-prácticas y estratégicas.
Es necesario
aclarar que este documento no es un estudio de convergencia o divergencia
económica regional ni de políticas o enfoques regionales, tampoco de historia
económica regional ni de factores determinantes del crecimiento económico
local. Se trata simplemente de una aproximación empírica que busca identificar
evidencias sobre el comportamiento de la política económica regional en
Colombia, escudriñando sus tendencias, implicaciones y oportunidades.
1. Bases conceptuales
y supuestos
Todo análisis o
reflexión sobre los problemas del desarrollo encierran cierto tipo de conceptos
teóricos y metodológicos que lo sustentan, los cuales pueden ser explícitos o
quedar implícitos en la respectiva argumentación que se derive.
En el caso que
nos ocupa, los conceptos y supuestos básicos que orientan el análisis son los
siguientes.
La desigualdad
del desarrollo entre distintos países o naciones se da también entre los
diferentes grupos sociales u organismos de cada nación.
Los esquemas teórico-metodológicos
y la clasificación de las tendencias históricas del desarrollo y de su
medición, no son más que abstracciones que sirven de guía para la
investigación, comprensión y explicación de la realidad, razón por la cual no
todos los elementos u organismos que participan en ellas han pasado, o
necesariamente tienen que pasar, por las distintas etapas y condiciones que las
caracterizan.
El problema
regional objeto de esta reflexión se concibe en términos de diferenciación de
oportunidades y acceso de la población al trabajo, calidad de vida, ingresos y
toma de decisiones en los asuntos que les competen, en el entendido de ver el
territorio como condición y reflejo de las relaciones sociales y del desarrollo
social (Coraggio, 1977, 1979, 2001; Triveli, 1995).
2. Evolución y
trascendencia del concepto de desarrollo
Sin pretender
agotar la variada gama de definiciones al respecto, bien se sabe que el
concepto de desarrollo proviene desde la Antigüedad, cuando ya se usaba para
significar un proceso de realización de acuerdo con ciertas normas
preestablecidas. Cornelius Castoriadis (1991: 96)
sostiene que un organismo se desarrolla cuando progresa hacia su madurez
biológica y que una idea se desarrolla cuando se explica todo aquello que se
cree que esa idea contiene implícitamente. Para este autor, el desarrollo
implica la definición de una madurez y luego el de una norma natural: el
desarrollo, dice, no es más que otro nombre de la fisis aristotélica, que la naturaleza
contiene sus propias normas como fines hacia los cuales los seres se
desarrollan y que alcanzan efectivamente.
Desde el punto
de vista geopolítico, el concepto de desarrollo trasciende las fronteras nacionales
desde mediados del siglo xviii,
cuando ya se empieza a celebrar y propagar por el mundo el progreso alcanzado por los países
industrializados de Europa Occidental; época en la cual el crecimiento
económico es sinónimo de desarrollo, y cuya orientación se deja a la suerte del
libre mercado (Adam Smith y David Ricardo, principales representantes y
fundadores de esta teoría).
No obstante, es
después de la segunda Guerra Mundial (1941-1945) cuando las ideas del desarrollo empiezan a adquirir su mayor fuerza y
a adoptarse en los países, llamados desde entonces, subdesarrollados o del
Tercer Mundo.
En estas
circunstancias se introduce en Colombia el concepto de desarrollo,
concretamente en el año 1949 con la llegada al país de una misión económica
organizada por el Banco Internacional para la Reconstrucción y el Desarrollo (birf, hoy Banco Mundial), liderada por
el prestigioso economista canadiense Lauchlin Currie, para que formulara un programa de desarrollo; de
esta visita se derivaron sus recomendaciones (Bases para un Programa de
Desarrollo en Colombia, 1950) y el proceso de modernización e
institucionalización del desarrollo (Escobar, 1988; Sánchez, 1984; López,
1995; Ocampo, 1992; Kalmanovitz, 2001).
3. Controversia
conceptual
El concepto de
desarrollo, como se sabe, estuvo asociado en un primer momento con el
crecimiento económico. Más tarde, dicho concepto se asimiló con el de
desarrollo económico, en el entendido de que un proceso de cambio estructural
no sólo implica crecimiento sino también desplazamiento de recursos, cambio de
costumbres, hábitos, actitud y posesión de bienes.
En la
actualidad, el concepto de desarrollo abarca no sólo lo económico sino también
lo cultural, social, político y ambiental, lo que da lugar a una gama de
definiciones que varían según las teorías y escuelas del pensamiento que lo
aborden, entre las cuales podemos destacar, por ejemplo, la relacionada con la
globalización, considerada por algunos autores (Hernández, 2004; Romero, 2003;
Ramos, s.f.; Romero, 2000) como una continuación de la modernidad que se
inició, como ya se dijo, en el siglo xviii
y que hoy se ha extendido como la forma peculiar en que tiene lugar la
expansión del capital, el desarrollo desigual y polarizado, el intercambio
desigual, las relaciones de dominación, la exclusión, las presiones
medioambientales, el incremento de la desocupación y, en consecuencia, la
pobreza y la marginalidad.
Para estos
autores, el concepto de globalización ha cobrado fuerza en los últimos años
como consecuencia del desmantelamiento del socialismo en Europa y la
desintegración de la Unión Soviética en 1989, coyuntura que aprovecharon como
argumento algunos ideólogos defensores de la economía de mercado para
significar el fin ideológico de la humanidad y la primacía irreversible del
capitalismo como única forma para lograr el desarrollo y el bienestar (Fukuyama, 1992), en contraste con quienes entienden la
globalización como una fase superior y aislada de la modernidad, denominada
posmodernidad, cuyas características principales se basan en el estudio de los
fenómenos culturales contemporáneos, como los cambios de las costumbres,
creencias, concepciones, prácticas y agrupamientos sociales –identidad–
propiciados por la revolución tecnológica de la informática, la biotecnología,
la robótica y las comunicaciones.
4. Las políticas
regionales y sus fases de transición
Bien se sabe que
la finalidad de toda política regional –de acuerdo con la literatura existente–
es disminuir las disparidades entre las regiones. En consecuencia, la variación
de sus definiciones depende del enfoque que se asuma para lograrlo. En este
sentido, R. Pujadas y Jaume Font, así como M. Pólese
(citados por Moncayo, 2002) afirman que la política regional encierra dos
connotaciones no excluyentes entre sí: a) el conjunto de medidas destinadas a
reducir los desequilibrios o disparidades interregionales y b) los esfuerzos al interior de las
regiones, consideradas individualmente, para superar problemas de atraso o
declive económico. Esta concepción a su vez encierra sendas corrientes de
pensamiento cuya transición se manifiesta en épocas y espacios geográficos
diferentes, circunstancias que determinan su clasificación y denominación en el
ranking
de esta actividad.
Si bien no
existe una clasificación universal comúnmente aceptada sobre este particular,
se encuentra que algunos autores como Cuadrado (1988), Helmsing
(1999), De Mattos (2000), entre otros, adoptan las siguientes fases de
transición con base en criterios cronológicos y afinidades teóricas, las cuales
utilizamos para efectos de este trabajo
En un primer
momento (en las décadas de los cincuenta y sesenta), primaron las políticas de
los modelos keynesiano y neokeynesiano –llamadas
también de primera generación– en las que se distinguían dos tipos de
corrientes teóricas: la que postula que el nivel de desarrollo de una región
está condicionado por el posicionamiento que dicha región tenga en el sistema
regional general, y la otra que hace énfasis en las condiciones internas de la
región. La primera se sustenta en las teorías y enfoques del centro-periferia y
de la dependencia, de la causación circular acumulativa de Myrdal
y Hirschman; la teoría de los polos de crecimiento,
de Perroux; y los modelos de Harrod,
Domar y Kaldor, entre otros (citados por De Mattos,
2000).
La segunda, por
su parte, se apoya en las teorías de Rostow, Fisher y
Clark, citados por Moncayo (2002).
Todas estas
políticas tienen un aspecto en común: considerar la intervención directa del
Estado en la reducción de las desigualdades interregionales, mediante
mecanismos y estrategias de orden fiscal, financiero y monetario, tendentes a
facilitar las condiciones favorables para la inversión privada y la acumulación
del capital en las regiones de menor desarrollo (obras de infraestructura,
servicios públicos, subsidios, incentivos tributarios, etcétera).
Para el
desarrollo de tales políticas, en algunos países de Europa y de América Latina
(Perú, México, Brasil, Uruguay y Colombia) se crearon entidades autónomas con
funciones de planeación regional, con base en la experiencia de la Autoridad de
los Valles del Tennessee (1933), teniendo como instrumento, hasta la década de
los setenta, el modelo de los polos de desarrollo y las cuencas hidrográficas
como unidades geográficas objeto de la misma (Boisier,
1994).
En un segundo
momento, que comprende el periodo 1970-1990, ante la crisis y los
cuestionamientos al modelo keynesiano, aparecen las políticas del modelo
neoliberal –denominadas de segunda generación– las cuales se sustentan en las
teorías de la escuela neoclásica, principalmente sobre la famosa ley de los
rendimientos marginales decrecientes y los modelos de crecimiento de Solow (1956), Swan (1956). Sus
postulados se basan en el libre juego del mercado, al cual se le atribuye la
capacidad de resolver por sí solo los problemas de los desequilibrios
interregionales, los cuales, según sostiene, se solucionan como resultado de la
libre movilidad de los factores de producción (capital y trabajo).
Finalmente,
desde la década de los noventa hasta la fecha, ante la crisis y los
cuestionamientos al modelo neoclásico tradicional, surge una nueva vertiente
conocida como teoría del crecimiento endógeno –llamada también de tercera
generación–, según la cual el crecimiento económico depende de la acumulación
de capital físico, capital humano y conocimiento, cuyo alcance está determinado
por factores endógenos, y no exógenos como lo plantea el modelo tradicional.
De acuerdo con A. Helmsing
(1999: 34), “las políticas de tercera generación enfatizan la competitividad
sistémica, mientras las políticas de segunda generación se orientan hacia las
acciones de las firmas y la cooperación entre las firmas; así, las políticas de
tercera generación enfatizan la importancia de las condiciones básicas. Estas
últimas no sólo se refieren al marco macroeconómico, sino también a un conjunto
de acciones del nivel meso (sectorial y local), reforzando la competitividad de
los sistemas regionales de producción (srp)”. Los instrumentos de estas políticas son el cluster, el distrito industrial y las cadenas
productivas.
5. Balance de la
política regional keynesiana o de primera generación en Colombia
La aparición de
este tipo de políticas en Colombia, como parte integral de un plan nacional de
desarrollo, ocurre a través del Plan Decenal de Desarrollo, 1960-1970, entre
las cuales se destacó la de la Reforma Agraria (Leyes 135 de 1961 y 1ª de 1968)
y el enfoque de los polos de desarrollo. En este periodo sobresale la
elaboración, por primera vez, de un esquema de regionalización nacional,
mediante el cual se pretendía ordenar el territorio a través de la localización
del equipamiento urbano y las inversiones privadas; la creación de las áreas
metropolitanas y oficinas de planeación municipales y departamentales (dnp, 1970).
Asimismo, se multiplicaron y fortalecieron las Corporaciones Autónomas
Regionales (cvc,
1954): la Corporación Autónoma Regional del Urabá (1958), la Corporación
Autónoma Regional de los Valles del Magdalena y Sinú (cvm, 1960, más tarde, en 1973, cvs, con
jurisdicción en los Departamentos de Córdoba y Sucre) (dnp, 1989).
Posteriormente,
en el periodo 1970-1974, en el Plan las cuatro estrategias, a cargo del economista Lauchlin Currie, bajo el enfoque
del sector líder de la construcción, la política urbana se convirtió en el eje
del desarrollo nacional, desplazando los problemas del sector agrario mediante
el desmonte de la reforma agraria y el fomento de la migración rural urbana.
Como consecuencia de ello, se introducen nuevos requisitos y condiciones para
evaluar y calificar las tierras susceptibles de afectación y expropiación que
se hacían prácticamente imposibles de cumplir, con modificaciones en el sistema
de financiamiento (Leyes 4ª y 5ª de 1973 o Pacto de Chicoral),
base sobre la cual se promulgó la Ley 6ª de 1975, o Ley de aparcería, y luego
el programa de Desarrollo Rural Integrado (dri), durante el gobierno liberal de Alfonso López Michelsen (Berry, 2001; Machado, 2002; Rodríguez, 2004).
Algunos autores
sostienen que si bien en el periodo 1971-1974, años en los cuales prácticamente
se paralizó el programa de la reforma agraria, se realizaron cambios
importantes en la estructura económica (crecimiento del pib de 5.9% en promedio,
infraestructura financiera de las Corporaciones de Ahorro y Vivienda y el
sistema upac
como mecanismo de fomento del ahorro), en lo social la inflación se disparó
7.2% en 1970, 12.6% en 1971, 14.1% en 1972, 22.1% en 1973 y 25.2% en 1974; el
desempleo urbano aumentó de 9.7% a 11.6% (Moncayo, 2002: 13).
Los objetivos y
metas propuestas en la industria de la construcción no se cumplieron –pues su
ejecución se desvió hacia sectores de ingresos medios y altos, y no a la
construcción de vivienda para sectores de menores ingresos como estaba
previsto–, lo cual afectó la dinámica de la demanda agregada y el crecimiento
del mercado interno, siendo el sector industrial el que más aportó al pib.
Durante los años
1974-1978, si bien se intentó poner en práctica las políticas neoliberales, en
realidad se continuaron aplicando los instrumentos de las políticas anteriores
a través de incentivos tributarios para la desconcentración y localización de
las industrias en las ciudades intermedias, teniendo como base el
posicionamiento de dichas ciudades en la jerarquía del sistema nacional
regionalizado, como ya se mencionó. Así, se implementa el Programa de
Desarrollo Rural Integrado (dri) como instrumento de control de la migración
rural urbana y de disminución de las disparidades entre la ciudad y el campo.
En 1978-1982,
cuando se empiezan a sentir las consecuencias de la deuda externa y la crisis
de la economía mundial desatada a raíz del aumento de los precios del petróleo
en 1973, se comienza a discutir sobre la conveniencia de una reforma
constitucional (1977) encaminada a modernizar la administración del territorio
nacional, donde se pone de manifiesto el tema de la descentralización administrativa
Esta situación,
según Gutiérrez (2002), obligó a contratar un estudio (Bird,
1981) cuyos resultados recomiendan que se descentralicen ciertas funciones y
competencias en los municipios. Recomendaciones que finalmente acogieron los
gobiernos posteriores a Betancur (1982-1986) y Barco (1986-1990).
Cabe resaltar
que en este periodo se inicia el proceso de privatización de algunas empresas
estatales –proceso que aún continúa–, otras se fusionaron o desaparecieron en
tanto que surgieron nuevas entidades e instancias de coordinación e integración
regional, como los Consejos Regionales de Planificación (Corpes, 76 de 1985); al tiempo que se reconoce la
importancia de la planeación urbana como instrumento de organización (9 de 1989
de reforma urbana) de la ciudad y del desarrollo urbano.
6. Balance de las
políticas regionales de segunda y tercera generación en Colombia
Como consecuencia
de las políticas neoliberales o de segunda y tercera generación –cuyos
instrumentos y medidas se encaminaron hacia la internacionalización y
modernización del sector agropecuario, por una parte (Ley 101 de 1993, o Ley
General de Desarrollo Agropecuario y Pesquero) y, por otra, la Ley 160 de 1994 que regula la intervención
del Estado y los procedimientos de la distribución y tenencia de la tierra–, la
política de reforma agraria quedó relegada a crear y consolidar las condiciones
del mercado de la tierra entre campesinos y terratenientes, otorgando subsidios
ya no a la oferta como se venía haciendo bajo la modalidad de adjudicaciones
directas, precios especiales de venta y tasas de interés preferenciales, sino a
la demanda, mediante la donación de dinero o crédito a los campesinos por
intermedio del sistema financiero
Con estas
medidas no sólo se congelaron los programas de reforma agraria, sino que se
retrocedió, ya que por medio de ellas se propició la pauperización en el campo
y la migración rural urbana, beneficiando sobre todo a los terratenientes,
industriales y grandes inversionistas, quienes atraídos por los incentivos y
ventajas otorgadas para el cultivo de ciertos productos comerciales, como es el
caso de la palma africana en la región de Urabá y el Darién (departamentos de
Antioquia y Chocó), así como por las expectativas generadas por la construcción
de algunas obras de infraestructura y ciertos proyectos estratégicos (vías,
puertos, extracción de minerales o hidrocarburos, hidroeléctricas, entre
otros), por un lado, y por el afán de acumulación de capital de algunas
personas mediante los cultivos ilícitos (narcotraficantes) y el dominio
territorial de grupos armados ilegales, por el otro, los campesinos terminaron
siendo víctimas del conflicto, pues con frecuencia eran presionados (mediante
amenazas, desplazamiento y muerte) a vender o abandonar sus tierras, en tanto
que sus ocupantes o nuevos dueños eran favorecidos por los créditos y prebendas
establecidos en los programas de gobierno (Contraloría General de la República,
2005).
Los efectos de
estas políticas en el sector agropecuario se manifiestan también en las escasas
oportunidades de trabajo, ingresos y alimentación, en razón de los cambios
derivados de los usos del suelo –ganadería extensiva– y de la sobrevaloración
que ha tenido la tierra en las zonas donde se presentan los mayores índices de
concentración de la propiedad, lo que la convierte en un recurso escaso y en un factor limitante del
desarrollo rural y regional, provocando el aumento de la migración rural
urbana, el alza de los precios de la canasta familiar y el deterioro de los
salarios, resultado de la sobreoferta de mano de obra.
Por otra parte,
entre 1990 y 1994 se eliminan las barreras arancelarias a las importaciones y
subsidios a las exportaciones, al tiempo que se incentiva al sector exportador
y al capital extranjero, concediéndoles beneficios de tipo fiscal, cambiario,
financiero, reducción de costos laborales (Reforma Laboral, Ley 50 de 1990),
privatización de empresas estatales, recorte y supresión de derechos
convencionales, eliminación de la retroactividad de las cesantías, creación de
los fondos privados de pensiones (Ley 100 de 1993), focalización del gasto
social (sisben)
y aumento de impuestos indirectos (iva), entre otras (Hommes,
2002).
En los años
1994-1998, el énfasis de estas políticas recae en los problemas urbanos y el
desarrollo local, fortaleciendo la planeación y los entes municipales como
principales instrumentos y agentes del desarrollo (Ley 152 de 1994 o Ley
Orgánica del Plan de Desarrollo, Ley 388 de 1997 o Ley de Desarrollo
Territorial, la cual modifica a la Ley 9 de 1989) y se armonizan las normas y
procesos de la planeación territorial con los de la planeación socioeconómica.
Desde 1998 hasta
la fecha, entran en vigencia las políticas de la tercera generación a través de
los nuevos criterios y enfoques establecidos para la distribución y manejo del
gasto público (Ley 550 de 1999, “Por la cual se establece un régimen que
promueva y facilite la reactivación empresarial y la reestructuración de los
entes territoriales para asegurar la función social de las empresas y lograr el
desarrollo armónico de las regiones”), así como en el concepto que se asume en
la orientación del desarrollo, basada en la importancia que se le da a la
educación, la investigación, la ciencia, la tecnología y la construcción de
infraestructura de transporte y de comunicaciones (telefonías local, de larga
distancia, celular, social, televisión, Internet, etc.). Todo ello como
estrategias para aumentar la competitividad y el desarrollo, al igual que el
reconocimiento que se le asigna a las pequeñas y medianas empresas (Pymes) y a
la economía solidaria en el logro de estos propósitos (Ley 508 de 1999, Plan de
Desarrollo 1998-2002 y Ley 812 de 2003, Plan de Desarrollo 2002-2006), durante
los gobiernos de Andrés Pastrana y Álvaro Uribe Vélez, respectivamente.
7. Contradicciones y
consecuencias de las políticas regionales en Colombia
Si bien en la
actualidad la pobreza se considera uno de los principales obstáculos del
desarrollo, generadora de violencia, inconformismo, inseguridad, exclusión y
descomposición social, sólo se le mira como una limitante del proceso de
producción, es decir, como factor de ésta (recursos humanos) y como elemento
del consumo (demanda agregada), y como tal se asume su tratamiento haciendo del
gasto social no un instrumento de redistribución del ingreso con equidad
–basado en las capacidades y potencialidades de las personas– sino en una
modalidad de inversión del Estado cuya distribución y asignación presupuestal
se hace en función de tasas de rentabilidad, relación costo-beneficio e índices
de eficiencia, bajo la concepción de ver al ser humano sólo al servicio de la
economía, convirtiendo la provisión de los servicios esenciales para la vida
–educación, salud, nutrición, seguridad social y servicios públicos, entre
otros–, que son un derecho de las personas de obligatoria responsabilidad del
Estado (Constitución Política de Colombia, capítulos 2 y 5), en lucrativos
negocios de particulares, y su calidad y accesibilidad –que debería estar en
función de las necesidades y condiciones particulares de la gente– dependiendo
de los azares del mercado.
El fundamento
teórico de esta racionalidad, como se puede evidenciar hasta ahora, se expresa
en el marco de las políticas ya mencionadas, mismas que si bien han contribuido
a disminuir los altos índices de pobreza, como lo registran las cifras
correspondientes,[1] aunque de manera desigual
y aun cuando en algunas regiones hayan aumentado (en Córdoba, por ejemplo),[2] y
que explican como hechos innegables de esta evolución el aumento de cobertura
de agua potable, el mejoramiento en los indicadores nutricionales de niños
menores de 5 años y el acceso a los servicios de salud. También debe decirse
que dichas políticas propiciaron el desempleo y restringieron las oportunidades
para el ejercicio de los derechos fundamentales a la vida, la educación, la
salud, el trabajo, la seguridad social y la participación, entre otros.
Con la
implementación de la Ley 715 de 2001, por ejemplo, que modifica la estructura
de financiamiento a los entes territoriales y por la cual se establece un nuevo
sistema de participación de los municipios en los ingresos corrientes de la
nación, se contradicen los propósitos y principios de la descentralización, en
la medida que su aplicación se traduce en una reducción de recursos en
comparación con las cuantías previstas inicialmente en la Constitución, y en
relación con la magnitud de las funciones y compromisos delegados. Pero además,
con los nuevos criterios adoptados en este sistema de participación, los cuales
se basan en los conceptos de la eficiencia (relación costo-beneficio) y en el esfuerzo
fiscal (aumento de los recursos propios), dichos entes
se ven obligados a
autorizar o aumentar las tarifas de los servicios públicos, tasas, impuestos y
contribuciones (predial, industria y comercio, recreación, espectáculos
públicos, etc.), por una parte, y a reducir los gastos de funcionamiento –que
generalmente significa recorte de personal de la administración municipal–, así
como contratar con empresas particulares la provisión de dichos empleos.
Propósito dentro del cual se enmarca la mencionada Ley 550 de 1999.
Así las cosas,
los resultados esperados si bien se obtienen en términos de crecimiento del pib, que es
una condición necesaria pero no suficiente del desarrollo, no garantizan por sí
mismos la distribución del ingreso con criterios de equidad,[3]
puesto que al sustentar su distribución en criterios de eficiencia y
productividad, poniendo en igualdad de condiciones a todas las personas y
agentes involucrados, se afecta sobre todo a la población excluida y de menores
oportunidades y a aquéllos con menor capacidad de recaudo; práctica que no toma
en cuenta la naturaleza desigual del desarrollo, convirtiendo dicha situación
en un círculo vicioso de la pobreza cuyas consecuencias recaen principalmente
en las ciudades pequeñas y medianas –que son la mayoría–, donde las
oportunidades de empleo y acceso a los servicios de salud, educación, vivienda,
nutrición y otros, son más escasas, precarias y limitadas.
Esta desigualdad
debería ser recompensada por el Estado concediendo, por ejemplo, más y mejores
subsidios al desempleo, a la vivienda, los servicios públicos, la ampliación de
beneficios y cobertura de la seguridad social, mejores salarios y estímulos
tanto a la pequeña y mediana empresas como a la producción y los negocios que
se sustentan en el trabajo propio, sin embargo, poco se valora debido a los
fuertes intereses y al dominio que ejercen los grandes conglomerados económicos
en la formulación de las políticas públicas nacionales y regionales, y también
a las condiciones impuestas al gobierno nacional por los organismos de crédito
internacional (fmi y bm) que se traducen en fuertes
restricciones de carácter fiscal, financiero y monetario, fundamentalmente.[4]
8. El caso del
departamento de Córdoba
El departamento
de Córdoba, Región Caribe de Colombia, se caracteriza en el concierto de la
economía mundial, nacional y regional por la inmensa riqueza de su
biodiversidad (700,000 ha de bosque con cerca de 200 especies maderables, 130 km2
de vegetación manglar acompañada de un inmenso ecosistema fluvial y marítimo
que se convierte en refugio y criadero natural de aves y peces de variadas
especies); recursos mineros (reservas de carbón, oro, gas natural y
ferroníquel) y por su alto potencial agrícola y ganadero, conjunto de factores
que lo sitúan en una posición privilegiada.
8.1 Evidencias y
secuelas de las políticas regionales
No obstante lo
anterior, este departamento ha sido poco beneficiado por las políticas
mencionadas, situación que explica, en parte, el contraste entre su enorme
potencial y su actual grado de desarrollo, aspecto que constituye el propósito
de este trabajo.
Una revisión
empírica superficial sobre los alcances e implicaciones de estas políticas en
esta zona del país, permiten identificar y diferenciar ciertos rasgos de su
aparición en distintos momentos y tipos de manifestaciones.
El proyecto de
la hidroeléctrica de Urrá, por ejemplo, que desde un
primer momento (década de los setenta) se concibió, debatió y gestionó como un
proyecto multipropósito de desarrollo regional, en su momento la clase política
y la dirigencia regional lo consideraron como la panacea al subdesarrollo.
Sobre este proyecto se hicieron múltiples estudios, planes y proyectos
patrocinados por el gobierno central y la banca internacional (Plan Maestro de
Desarrollo Integral de la Cuenca del Río Sinú, 1983), pero su aprobación
finalmente se hizo por motivos energéticos de carácter sectorial (abril, 1993),
es decir, bajo la óptica de las políticas neoliberales o de segunda generación
del gobierno de César Gaviria, con lo cual no sólo se frustró una generación de
expectativas, sino también se perdió un cúmulo de esfuerzos y recursos
institucionales, sin que hasta el momento se sepa si dicha alternativa fue la
más viable para mitigar o compensar los daños ambientales causados por la
construcción y operación de dicho proyecto.
El proyecto
minero de Cerro Matoso (1979), el cual inicia operaciones en 1982, se construye
también como un proyecto sectorial de mucha importancia para el país y la
región, principal fuente de divisas de Colombia y de regalías para el
departamento, la Corporación Autónoma Regional de los Valles del Sinú y de San
Jorge, así como los municipios de su área de influencia.
En lo que concierne
al sector de la agricultura, se debe advertir que el departamento de Córdoba es
de vocación esencialmente agropecuaria, la economía se sustenta en los cultivos
transitorios de pancoger (yuca, ñame, plátano, arroz,
ajonjolí y maíz), aunque también en los de algodón, maíz y arroz con fines
comerciales. Así evolucionó hasta el año 1975, cuando se introdujo el sorgo
como un cultivo promisorio, cubriendo inicialmente un área de 21,892 hectáreas
hasta llegar a un total de área cultivada de 125,664 ha. Luego, en 1985,
aparece el coco (3,700 ha) y un poco de cacao (0.65 ha), para un total en ese
mismo año de 141,400 hectáreas.
La producción,
por su parte, registró un incremento de 54,914 toneladas (11.87%), pasando de
462,306 en 1975 a 517,220 en 1985 y un incremento promedio en el rendimiento de
0.173 ton/ha, que equivale a 4%. Entre 1975 y 1985 se destacan el sorgo, con un
incremento de 790% en el área cultivada y su rendimiento pasa de 2.3 a 3.2
ton/ha; el arroz, por la disminución de -43.4% en su área cultivada y por el
aumento en su rendimiento, de 3.7 a 4.8% ton/ha; el maíz, al aumentar su área
cultivada en 21.83% y su rendimiento, pasa de 1.8 a 2.1 ton/ha; al igual que el
plátano, que disminuye su área en 39% al pasar de 28,500 en 1975 a 17,500 en
1985.
En 1995, cuando
empiezan a implementarse las políticas neoliberales o de segunda generación, el
área cultivada se incrementó 36,235 ha, es decir, 25.6% en relación con 1985,
exactamente el doble de la registrada en dicho año. La producción se aumentó
148,494 toneladas (28.71%) y el rendimiento promedio (ton/ha) creció 8.75%, más
del doble del producido en 1985.
Entre los
cambios más significativos ocurridos entre 1985 y 1995 sobresalen: el algodón,
con un incremento de 77% en su área cultivada; el maíz, 36.5% en el área
cultivada y en su rendimiento, al pasar de 2.1% a 2.3% ton/ha; la yuca, 154.5%
en el área; el ñame, que pasa de 7 a 10.9 ton/ha, con un leve crecimiento de su
área; el frijol, como cultivo promisorio con 742 ha; el sorgo, que disminuye su
área en -48%, lo mismo que el ajonjolí, en -57.6%, y desapareciendo el cacao y
el coco.
Entre 1995 y
2004, en pleno auge de las políticas neoliberales de la competitividad, el área
cultivada sólo se incrementó en 7,025 ha (3.95%), lo que provocó la caída de la
tendencia creciente desde 1975, en tanto que la producción aumentó en 315,321
ton (47.6%) y el rendimiento en 35.85% (gráfica i).
Gráfica i
Área cultivada,
producción y rendimiento (ton/ha) de cultivos
transitorios, departamento de Córdoba, 1975-2004
Fuente:
Elaboración propia con base en dane (1974), anuarios estadísticos del departamento
de Córdoba (1976, 1977, 1982), Banco de la República, sección Córdoba (1976,
1978-1982), Cámara de Comercio de Montería (1977), Centro de Estudios de la
Ganadería (1985), Ministerio de Agricultura (2004).
8.2 Comportamiento
del ingreso per cápita y el empleo
Sin pretender
establecer una relación de causalidad entre el comportamiento de la producción
agrícola antes anotado y los ingresos y empleos en el ámbito departamental,
sino como un simple dato de referencia, se encuentra que, de acuerdo con las
cifras del Departamento Nacional de Estadísticas (dane, 2002), gráfica ii, el pib por habitante a precios
constantes de 1994 del departamento de Córdoba durante el periodo 1990-2002,
presenta una tendencia creciente y una variación anual superior al promedio
nacional, pasando de 55.8% en 1990 a 68.1% en 1995 y 80.9% en 2002, con una
tasa anual de crecimiento de 1.33% frente a 0.93% del país, es decir, entre
1990 y 1995, 1.14% y 1.04%; en 1996-2002, 1.09% para Córdoba y 0.96% el
nacional.
Gráfica ii
pib
por habitante a precios constantes de 1994, departamento de Córdoba y el
promedio nacional, 1990-2002
Fuente: Elaboración propia con base en las estadísticas
del dane,
2002.
Con base en
estos indicadores, al menos cabría esperar una tendencia decreciente del
desempleo, puesto que, se supone, dicho crecimiento implica mayores
oportunidades de trabajo, de comercialización y consumo de bienes y servicios.
Sin embargo, si
se analizan los datos del dane
(gráfica iii), se observa que el
desempleo en Montería, la capital del departamento, en el periodo 1985-1995
tuvo un comportamiento ascendente, excepto 1989 y 1993, con una tasa media
anual de crecimiento de 12.17%, inmensamente superior a la registrada para
siete ciudades colombianas (9.76%). En 1996-2004 se incrementó a 16% frente a
15.1% del promedio registrado para las mismas ciudades, con el agravante de que
mientras en éstas se registra una leve tendencia decreciente a partir de 2000,
en Montería sucede lo contrario (gráfica iv).
Gráfica iii
Tasa de
desempleo en Montería y siete ciudades colombianas, 1985-1995
Fuente: Elaboración propia con base en las estadísticas
del dane
y el Banco de la República.
Gráfica iv
Tasa de desempleo
en Montería y siete ciudades colombianas, 1996-2004
Fuente:
Elaboración propia con base en las estadísticas del dane y el Banco de la República.
Parte de esta
explicación podría estar en la pérdida que significó, en términos de empleo, la
disminución de 29,310 ha de área cultivada durante el periodo 1995-2004 en
relación con las de 1985-1995, lo que equivale a un número aproximado de 8,500
empleos,[5]
cifra que, si no la absorbieron otros sectores y ramas de la economía regional,
como se presume, se constituye naturalmente en fuente de migración y desempleo.
Según el dane, la participación del sector
agropecuario en el pib
departamental pasó de 51.5% en 1985 a 32.3% en 1995 y a 26.4% en 2000; en tanto
que el sector industrial lo hizo en 11.2%, 12.2% y 2.1%, respectivamente, de
donde se infiere que gran parte de la población desplazada por el crecimiento
económico pasó a engrosar el mercado de la informalidad y de los servicios. Así
se puede leer en las cifras del dane cuando indican que este sector pasó de
representar 37.3% en 1985 a 55.6% en 1995 y 50% en 2000 del pib departamental (dane, 2000).
Asimismo se
observa que, según el Informe de Coyuntura Económica Regional de Córdoba
(segundo semestre de 2004), los sectores de la construcción, el transporte y
las comunicaciones son los que ganaron mayor participación en informalidad al
presentar variaciones de 37.6% y 10.7%, al igual que el sector comercial que
participa con 39.8% del total de dicha población en la ciudad de Montería, cuyo
nivel de informalidad se ha incrementado de 85,704 personas en 2003 a 86,126 en
2004 (dane,
2000: 21).
En estas
circunstancias es fácil comprender el fenómeno del mototaxismo
que, según encuestas y estudios realizados por distintas entidades, pasó de
1,633 motos en 2003 a 4,277 en 2006 que prestan el servicio de transporte
público urbano, lo cual se ha convertido en un nuevo problema de difícil manejo
y múltiples repercusiones en la ciudad.[6]
Paralelamente
cabe señalar el auge que ha tenido la inversión en Montería en la última
década, principalmente en la construcción de departamentos de lujo, centros
comerciales, boutiques, hoteles y restaurantes de calidad, que no demandan gran
cantidad de mano de obra ni garantizan buena remuneración, prestaciones
sociales ni estabilidad laboral, situación que se ve favorecida con la
implementación de las reformas laborales (Ley 50 de 1990 y la Ley 789 de 2002).
Es importante aclarar que esta última extendió la jornada ordinaria de trabajo
desde las 6:00 hasta las 22:00 horas, eliminando los sobresueldos nocturnos y
las horas extras, lo que disminuye el valor de su remuneración a 75% del
salario ordinario proporcional a las horas trabajadas y el reconocimiento de
los domingos y días festivos (Gaviria, 2002).
De esta manera
se establece que el crecimiento del pib de la economía cordobesa no es el resultado de la
expansión de su mercado sino, en gran parte, fruto del aumento de las
exportaciones de ferroníquel, favorecido por el alza de su precio en el mercado
internacional, situación que no se refleja en la creación de nuevos puestos de
trabajo pese al aumento generado en las ganancias.
Según un
documento del Ministerio de Comercio Exterior de Colombia (2001: 5) sobre el
comportamiento de las exportaciones, el incremento de 34% de éstas en el
departamento de Córdoba en 2000, en relación con las del año anterior, se
explica por los mayores ingresos por la venta de ferroníquel que crecieron
alrededor de 37%, en especial por el alza en los precios internacionales
(43.6%), lo que lo posicionó como el artículo con mayor representatividad, con
94.7% del total del valor libre a bordo (Free
on bord, fob).
De acuerdo con
el Informe de Coyuntura Económica Regional Córdoba (dane, Banco de la República,
2003), “En el año 2002 se produjeron 96’974,769 libras de níquel, superando en
14.4% lo emanado en 2001. En relación con el precio, éste presentó una tasa de
crecimiento anual positiva de 13.7%. Este óptimo desempeño se atribuye a que el
montaje de la segunda línea instalada en años anteriores en la planta entró en
una etapa de mayor estabilidad, lo que ocasionó por ende un incremento en la
producción. Lo anterior coincidió con el cierre de algunas plantas productoras
de níquel en el mundo por problemas de costos y a la mayor demanda de ciertas
empresas metalmecánicas del mineral” (dane-Banco de la República, 2003:
29).
En el primer
semestre de 2004 (dane,
2004) se produjeron 53’968,520 libras de ferroníquel, lo que incrementó la
producción en 5.2% en relación con la misma etapa de 2003. Respecto del precio promedio
del mineral en la Bolsa de Londres, se mantuvieron altas cotizaciones del mismo
a lo largo del periodo de análisis, generando una tasa de crecimiento anual de
63.1%, el cual se atribuye a la alta demanda de acero por parte de los países
asiáticos, principalmente de China.
8.3 Violencia,
desplazamiento y tenencia de la tierra
Según la
Consultoría para los Derechos Humanos y el Desplazamiento (Codhes)
y la Conferencia Episcopal de la Iglesia Católica, en el periodo 1985-1998 el
número de personas desplazadas en Colombia fue de 1’535,000; 2’914,853 en 2002
y 3’800,000 para junio de 2006. Asimismo se señala que este movimiento de
personas se registró en 220 municipios y 27 departamentos del país, y apunta
los siguientes motivos: amenazas 46%, homicidios 17%, atentados 11%, desalojos
6%, torturas 5%, bombardeos 2%, secuestro, extorsión y boleteo,
1.11%.[7]
En un estudio
sobre el desplazamiento interno forzado en Colombia y apoyado en un informe de
la Contraloría General de la República del 10 de octubre de 2000, Édgar Forero
(2003: 5) estima que entre 1985 y 1996 los predios mayores de 500 ha pasaron de
9.6 millones a 19.2 millones de ha, en tanto que las propiedades menores de 5
ha pasaron de 3.4 millones en 1985 a 2.2 millones de ha en 2001, siendo las regiones
Norte de Santander, Urabá Antioqueño y Magdalena Medio donde se dieron los
mayores índices de concentración.
En lo que
concierne al departamento de Córdoba, el histórico fenómeno de la migración
–hoy desplazamiento forzoso– está muy asociado con la concentración de la
tenencia de la tierra y la permanente inestabilidad de las políticas de reforma
agraria; misma que se inició desde el año 1944 (Ley 100), cuando despareció la
Ley 200 de 1936, y que originó las luchas campesinas y la violencia rural en
distintas partes del territorio nacional, siendo precisamente el departamento
de Córdoba una de las regiones donde se registró la mayor parte de este tipo de
experiencias, entre las que destacan las luchas campesinas de Loma Grande
(1930), las de Cispatá-Tinajones (1960) y, en la
década de los setenta, las de Chuhurubí (Cereté), El Cerrito (Montería), Arroyón
(Planeta Rica) y Corinto (Ayapel) (Exbrayat, 1971; Sánchez, 1975; Kalmanovitz,
1978; Fajardo, 1986; Fals Borda, 1982).
De acuerdo con
cifras del Censo Nacional Agropecuario de 1970, las explotaciones en terrenos
menores de cinco hectáreas incrementaron su participación dentro del total
departamental, pasando de 59.2% en 1960 a 61.4% en el 1970, en tanto que la
superficie descendió de 2.2% a 1.6%. Las explotaciones, así como la superficie
bajo la dirección del productor, descendieron de 97.7% a 92.8% y de 76.15 a
60.2%, respectivamente.
En 1984, según
datos del Centro de Estudios de la Ganadería (cega, 1985), 95% de los predios
menores de cinco hectáreas en el departamento de Córdoba ocupaban solamente
0.02% de la superficie, mientras que a 0.08% de los predios mayores de 100
hectáreas les corresponde 59% de la misma (cega, 1985).
Estudios de la
Consultoría en Derechos Humanos y el Desplazamiento (Codhes,
1996) señalan que la ciudad de Montería, capital del departamento de Córdoba,
en la segunda mitad de la década de 1980 concentró poblaciones desplazadas por
violencia provenientes del Alto Sinú y San Jorge y de familias damnificadas por
el invierno que se ubicaron en condiciones de pobreza en barrios marginales
densamente poblados (Codhes, 1996).[8]
En el mismo
informe también se menciona que desde 1995 una nueva ola migratoria hacia el
departamento de Córdoba se hizo evidente como consecuencia de las acciones
armadas de grupos paramilitares, fuerza pública y guerrilla en la zona de
Urabá, la cual adquirió dimensiones alarmantes por los asesinatos y masacres
que generaron el más grande éxodo de los últimos años.
Para comprender
este fenómeno, un tanto extraño y difícil de entender, hay que ir a los
antecedentes y características del conflicto colombiano,[9]
según los cuales en el Urabá, región tradicionalmente bananera y estratégica
del país por su posición geopolítica, convergieron, y aún existen, grupos
guerrilleros de distintas ideologías de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de
Colombia (farc), el Ejército Popular de liberación (epl), el
Ejército Revolucionario del Pueblo (erp), el Ejército de Liberación Nacional (eln) y
paramilitares. Entre 1991 y 1994 se desmovilizó el epl, grupo paramilitar liderado
por Fidel Castaño, el erp
y la Corriente de Renovación Socialista (grupo disidente del eln). Previo a
ello, en 1988, se da la primera incursión de las Autodefensas en el
departamento de Córdoba a través de la masacre de “Mejor esquina”,
corregimiento del municipio de Buenavista. En tanto que en el Urabá ocurrieron
las masacres de la “Chinita” y la “Hondura”, donde las víctimas fueron en su
mayoría obreros de las bananeras, afiliados al sindicato agrario, supuestamente
simpatizantes y colaboradores de la guerrilla.
Entre 1994-1996,
la guerrilla de las farc
no sólo ocupó los territorios abandonados por las guerrillas desmovilizadas,
sino que también persiguió y aniquiló a una fracción de desmovilizados del epl (Masacre
“La Negra”, Apartadó) por supuesta colaboración con la fuerza pública y los
grupos paramilitares, de donde se originó la conformación de las Autodefensas
Campesinas de Córdoba y Urabá (accu) y más tarde las Autodefensas Unidas de Colombia
(auc),
desatándose así la espiral de violencia, masacres y desplazamiento que aún
persiste.
Por las
recientes confesiones del líder paramilitar Salvatore Mancuso, se sabe que las
empresas multinacionales bananeras del Urabá financiaron y colaboraron con
grupos paramilitares establecidos en dicha zona, al igual que varios generales
y miembros del ejército nacional.[10]
Un estudio más
reciente de la Contraloría General de la República (2005) estima que el
desplazamiento de los campesinos y sus familias, así como el despojo de sus
propiedades en los últimos cinco años ha afectado 265 mil hogares que, de
acuerdo con los cálculos de la Contraloría, poseían más de 2.6 millones de
hectáreas, con un valor aproximado de 6.1 billones, siendo los departamentos
más afectados, en orden de importancia: Antioquia, Caquetá, Cesar, Chocó,
Magdalena, Bolívar y Córdoba. Paradójicamente, “mientras el Instituto
Colombiano de la Reforma Agraria (Incora, hoy Incoder) en cuarenta y dos años distribuyó 1.8 millones de
hectáreas dentro de la frontera agrícola, puesto que el resto de su labor fue
la adjudicación de tierras baldías, los grupos ilegales, en apenas cinco años,
han auspiciado el despojo de tierras a los campesinos en mucho más que eso”
(Contraloría General de la República, 2005).
9. Síntesis y
conclusiones
La situación
antes analizada y su relación con los fundamentos, la estructura, el objeto de
intervención y la finalidad de la política regional, permite establecer las
siguientes conclusiones.
Los instrumentos
y medidas de política regional predominantes en Colombia se aproximan más al
modelo de la segunda y tercera generación, con una incipiente influencia de
ésta última, es decir, el modelo de crecimiento endógeno.
En términos
generales, la estructura de dichos instrumentos se compone de dos niveles: uno
de carácter global, en poder del gobierno central, mediante el cual se asignan
los recursos productivos (tierra, crédito, tecnología) y la redistribución del
ingreso y gastos en las regiones.
El otro, de
carácter micro, bajo el poder de los gobiernos locales, por medio de los cuales
se establece el diseño, se fomenta la inversión privada en las respectivas
localidades, se coordina con las instituciones en los ámbitos local y
departamental y se asignan los recursos físicos, humanos y financieros.
Disponiendo para ello de los recursos transferidos por el gobierno central, de
acuerdo con las normas constitucionales y legales vigentes. En tal sentido, el
gasto público de la inversión municipal se concentra en la construcción de
obras de infraestructura, provisión de servicios y capacitación de la mano de
obra (educación básica, técnica y tecnológica), fundamentalmente para atraer
capital y apoyar la producción.
En este tipo de
estructura –que si bien es consecuente con el modelo neoliberal y las
características de la economía globalizada, cuya estructura se configura en
redes o nodos de pequeñas y medianas empresas localizadas en distintos lugares
del espacio geográfico (Castells, 1999)– las
transacciones y procesos productivos, en aras de la competitividad, exigen
estructuras horizontales, ágiles y flexibles, sin embargo, adolece de una
instancia intermedia que coordine y concerte con el
ámbito central los propósitos y prioridades de dichas políticas, dadas
precisamente las disparidades y particularidades de las regiones, como se
establece en la Constitución Política (artículos 306 y 307) y se espera que se
reglamente en la Ley de Ordenamiento Territorial, actualmente en discusión en
el Congreso de la República.
Dicha falencia,
en lugar de contribuir al fortalecimiento de una red diversificada de ciudades,
que propicie el desarrollo local según las potencialidades y particularidades
regionales, lo que hace es propiciar el aislamiento y fragmentación de éstas,
pues se observa la concentración de las actividades económicas y el
equipamiento urbano en las áreas metropolitanas y capitales de departamentos,
como en el caso de Montería y Córdoba donde, además de los problemas señalados
a lo largo de este estudio, también empieza a sentirse un nuevo fenómeno: el
desplazamiento interno y la segregación social y físico-espacial en la zona
urbana, que en nada favorece la consolidación de su estructura, sino que, por
el contrario, lo que se observa es una gama de emplazamientos sin equipamiento
y con pésimos servicios públicos, y ni qué decir de la calidad de sus
viviendas.
No obstante,
otra razón que contribuye a este problema, pero también ayuda a su explicación,
es el carácter regresivo y de inequidad que se implantó a través de la Ley 715
de 2001, que reformó el sistema de transferencias estipulados en la
Constitución Política de 1991 (artículos 356 y 357, reglamentados por la Ley 60
de 1993), donde se decía (art. 357) que los recursos serían distribuidos de
conformidad con los siguientes criterios: 60% en proporción directa al número
de habitantes con necesidades básicas insatisfechas y al nivel relativo de
pobreza de la población del respectivo municipio; el resto en función de la
población total, la eficiencia fiscal y administrativa y el progreso demostrado
en calidad de vida, asignando en forma exclusiva un porcentaje de esta parte a
los municipios menores de 50,000 habitantes, y que dichos recursos tendrían una
participación que aumentaría anualmente de 14% de los ingresos corrientes de la
nación en 1993, a 22% en el año 2002.
En la
actualidad, la participación para educación, por ejemplo, en virtud de la
mencionada Ley 715, se realiza según criterios de población atendida, población
por atender y un indicador de pobreza certificado por el dane. El valor de la
transferencia para una entidad territorial se determina estimando el costo por
estudiante en el sistema educativo y multiplicándolo por la población
beneficiaria de la entidad territorial. Si quedan recursos después de la
transferencia, éstos serán distribuidos según los criterios
de población potencial y de equidad.
Desde este punto
de vista, se desconoce el carácter desigual de las regiones y se favorece a los
departamentos y municipios con mayor porcentaje de cobertura, como concluyen J.
Barón y A. Meisel en su estudio sobre la
descentralización y las disparidades económicas regionales en Colombia en la
década de los noventa: “Las economías departamentales más diversificadas, en
especial con una mayor base industrial, y de mayores ingresos, son las que
tienen mayor participación de los recaudos locales como proporción del pib. Así,
estos departamentos enfrentan menos restricciones en el uso que le pueden dar a
sus ingresos propios comparados con aquellos departamentos que dependen en gran
medida de las transferencias (condicionadas) de la nación” (Barón y Meisel, 2003: 38).
La misma
situación se presenta para el caso de la salud, con el agravante de que en este
tema los criterios adoptados están en función de garantizar el mercado de la
salud, financiando ya no a la oferta, como lo establecía el sistema anterior,
sino a la demanda.
Al respecto, se
comprueba que los recursos transferidos para este sector tienen tres destinos
específicos: 1) financiamiento de subsidios a la
demanda, 2)
prestación de servicios de salud a la población pobre en la porción no cubierta
con los subsidios a la demanda y 3) acciones de salud pública.
Si bien existen
criterios de estratificación socioeconómica y del sistema de identificación de
beneficiarios de programas sociales (Sisben) en los
municipios, para focalizar y distribuir el gasto social y para otorgar
subsidios para la salud, la educación y otros servicios públicos, se constata,
en el caso de la salud, la manipulación y corrupción en su manejo,
principalmente en aquellos municipios y departamentos donde los grupos armados
al margen de la ley mantienen el control del territorio, de lo que no es ajeno
el departamento de Córdoba y otros de la Costa Caribe de Colombia.
Por lo anterior,
podemos concluir que los instrumentos de la política regional de carácter
redistributivo en Colombia, en nada favorecen la disminución de las
disparidades regionales ni la pobreza de los municipios de menor grado de
desarrollo, puesto que su distribución es directamente proporcional a la
riqueza y capacidad de gestión de los entes territoriales e inversa a su
pobreza y débil gestión, con el agravante que los obliga a competir entre sí
por la inversión en infraestructura y equipamiento que hagan atractiva la
inversión extranjera en detrimento de la inversión social y el desarrollo de
capacidades humanas.
Pero, además,
con la implantación de estas medidas de política regional prácticamente se
desmonta en Colombia el modelo de descentralización concebido en la
Constitución Política de 1991, y convierten a los entes territoriales en
simples entidades ejecutoras de los programas del gobierno central de turno,
sin autonomía y sin poder político de negociación.
En consecuencia,
no basta exigir un cambio de política regional, también es necesario empezar a
construirla desde el ámbito local sobre la base de las oportunidades que brinda
la globalización y lo que aún queda del régimen de descentralización, en el
entendido de que el éxito de dicha política se sustenta fundamentalmente en el
fortalecimiento del tejido social de las localidades a partir y en función de
las satisfacción de sus necesidades. Lo cual implicará una política integral y
articulada al desarrollo humano, cuyos instrumentos de asignación y
distribución de recursos, ingresos y gastos se hagan preferentemente con
criterios de equidad, fomentando la participación ciudadana no sólo en la
planeación, ejecución y control por separado, sino en todas ellas al mismo
tiempo.
Una política de
esta naturaleza deberá sustentarse en una concepción de la economía y del
desarrollo en general, según la cual todos los procesos sociales son
contradictorios y desiguales y que sólo esa desigualdad es la que los mantiene
y dinamiza.
Bajo esta
óptica, la búsqueda del desarrollo y la disminución de la pobreza sólo será
posible si se integran todas las fuerzas sociales y económicas, pero respetando
la diversidad de intereses, concepciones, costumbres y cultura de la gente.
Protegiendo y ayudando al más débil, pero aprovechando sus fortalezas,
brindando y ampliando oportunidades no sólo en función del crecimiento
económico, sino también como una condición previa para lograrlo.
En ese sentido,
la competitividad que hoy día está de moda será verdaderamente sistémica, más
fuerte y sostenible.
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Janeiro, Brasil, 10 de junio de 1995.
Recibido: 6 de octubre de 2006.
Aceptado: 30 de abril de 2007.
Jorge Eliécer Ortega Montes. Es magíster en planeación urbana por
la Universidad Nacional de Colombia, Sección Medellín. Ha sido becario por la
Corporación Autónoma Regional de los Valles del Sinú y de San Jorge.
Posgraduado en planificación del desarrollo rural regional integrado del Centro
de Estudios Regionales Urbano Rurales (cerur), Rehoboth, Israel,
becado por la Embajada del Estado de Israel. Actualmente es director del grupo
de investigación Desarrollo, Democracia y Planeación Local Regional, reconocido
por Colciencias, con las siguientes líneas de investigación: educación y
desarrollo local, gestión y estudios urbanos y regionales, pobreza, desigualdad
y desarrollo humano. Entre sus publicaciones destacan
Alternativa agroindustrial para el aprovechamiento de
los excedentes de la producción de plátano en el Departamento de Córdoba, Bogotá, Editora Guadalupe, 94 pp.
(2004); Plan de desarrollo regional provincias de Sara e
Ichilo, departamento de Santa Cruz, Bolivia, Rehovoy, Israel, Centro de
Estudios Regionales, 254 pp. (1993); Propuesta de un modelo de
planeación participativa para las regiones del Sinú y San Jorge, departamento
de Córdoba, Bogotá,
Centro de Publicaciones de la Escuela Superior de Administración Pública (esap), 205
pp. (1992).
[1] Según
la cepal
(2004), la pobreza en Colombia en el año 2002 era de 50.6%, y según la Misión
para el Diseño de Estrategias de Reducción de la Pobreza y la Desigualdad, merpd (2004),
es 52.6%. Por su parte, los informes relativos al Índice de Desarrollo Humano (idh) en el
periodo 1990-2001, muestran que el crecimiento de dicho índice para Colombia
fue de 8.5%, al pasar de 0,711 a 0,771. El índice de pobreza humana (iph)
1990-1995 y 1997-1999 fue de 12.8, 11.1 y 10.6, respectivamente.
[2] En lo
que al departamento de Córdoba se refiere, el idh para el periodo 1990-2001,
descendió 7%, al pasar de 0,669 a 0,622. La pobreza en el año 2004, con base en
la encuesta de calidad de vida de 2003, ascendió a 72%, sólo por debajo de
Chocó (72.7%) y Boyacá (72.5%), y por encima de la media nacional de 55.3%.
Según el índice de Necesidades Básicas Insatisfechas (nbi) 1997, 50%; 2000, 44.1%, por
encima de Sucre, 48.8% y 39.8%, respectivamente. En tanto que el promedio
nacional nbi
en el mismo periodo: 25.9% y 22.9% (pnud-dnp, 2003).
[3] Según
Libardo Sarmiento (2005), el pib
pasó de 1.9% en 2002 a 3.5% en 2004 y la inversión extranjera, 47% entre 2003 y
2004. No obstante, el coeficiente de Gini se mantuvo
en 0.52 en el periodo 2001-2004, ubicando al país entre los de mayor
desigualdad socioeconómica en el mundo.
[4] Véase
www.banrep.gov.co. Acuerdo Stand-by de Colombia con el fmi, abril de 2005.
[5] Para
tal efecto se estima un parámetro de 173 jornales por empleo, es decir: arroz,
82 jornales/ha; algodón 120 jornales/ha y sorgo 13.5
ha por empleo.
[6] Fundación
Universitaria Luis Amigó, Centro Regional Montería, inventario de mototaxistas en Montería, febrero de 2003 y Universidad
Pontificia Bolivariana, sección Montería, 2006.
[7] www.Codhes.org;
El
Espectador, 11/07/00, p. 3B; El Tiempo,
14/09/03, pp. 1-26; El
Tiempo, 04/09/03, pp. 1-2; El Tiempo,
12/09/06, pp. 1-2; El
Tiempo, 17/09/06, pp. 1, 22-23.
[8] Para
mayor información también se puede consultar: Fundación Internacional de Ayuda
Humanitaria contra el hambre (2002), “El desplazamiento por la violencia en
Córdoba 1999-2002”, en www.disaster-info-net/desplazados.
[9] Para mayor información, consultar
www.cinep.org, “Deuda con la humanidad. Paramilitarismo de Estado en Colombia”.
[10] Revista Cambio, 725, mayo de 2007, en: www.revistacambio.com.co.